lunes, 8 de marzo de 2010

OSCARS: LOS PREMIOS DE LA ACADEMIA

Después de tanto bombo y platillo, de tanta película nominada, olvidada y premiada, de las apuestas, quinielas y porras, de los pormenorizados análisis sobre posibilidades, justicias e injusticias, se acabó todo.

Cada, año, al concluir este evento, me surgen las mismas preguntas: ¿cuál es el secreto del éxito de los Oscars? ¿Por qué resulta tan importante una gala cuyos criterios para nominar y premiar son tan… subjetivos? ¿Cómo es que se le presta tanta cobertura a la fiesta local de un gremio artístico… y no a otros más importantes, vitales, trascendentes y prestigiosos?

Este año, sin Obama de por medio, ¿quién hubiera estado atento a los Nobel? Bueno, ¿quién sigue los Nobel? ¿Qué sería de los Príncipe de Asturias sin el “deportista de élite premiado”? Y es que… ni el resto de ceremonias sobre cine (Goya, César, Festival de Cannes, Berlín, Venecia…) causan tanta expectación como los Premios de la Academia de Cinematografía Norteamericana.


¿Y por qué resultan tan importantes y tan atractivos estos premios?

En primer lugar, por el fácil acceso al cine. Cualquiera, por el simple hecho de ver una película puede hablar de cine. De hecho, ver una película no requiere esfuerzo ni intelecto por parte del espectador (“espectador”, hasta el nombre es significativo) Sólo se necesita sentarse frente a la pantalla (de cine o televisión) y dejarse llevar. Al contrario que en la literatura o en el deporte, no hace falta conocimientos previos, dominar un argot o saber de técnicas o reglamentos específicos; basta simplemente con decir si gusta o no y añadir el término (actor/actriz, película, decorados, efectos, guion…)

En segundo lugar, el abanico temático y de estilos “para todos los gustos e intereses”. Al contrario que sus “hermanos” europeos y asiáticos, el cine americano sabe que depende del gran público para su existencia, que son los ingresos de taquilla y merchan (dising) los que mantienen el sistema, atraen a productores e inversores y posibilitan la existencia de un cine “Indie”. Desde hace ya muchos años, en estos premios se establece un curioso equilibrio/duelo entre el cine mayoritario, taquillero y popular, y el cine minoritario, independiente y de autor, que –a pesar de contar con sus propios premios: los “Spirits”– tiene cabida e importancia en esta gala (Este año, representado por Up in the Air, Precious; otros años por Juno, Mi nombre es Harvey Milk, Pequeña Miss Sunshine…) Y dado el bombo y platillo que se le da a la esta ceremonia… ¿quién no ha visto o conoce alguna de las películas que entran a concurso?

Y por último, pero no por ello menos importante (yo incluso diría que es la causa principal), el glamour, las estrellas, los herederos de lo que, en los años 40 y 50, fue el star system. Hasta a aquellas personas que no les atrae el cine no les desagrada ver las imágenes de “la alfombra roja”: las celebridades y sus parejas, sonrisas profident, trajes, joyas y peinados que marcarán estilo y crearán tendencias. Divinos ellos y divinas ellas, los artistas de la meca del cine, conscientes de su papel de comerciales –comerciales de un producto a vender: ellos y sus películas–, se han preparado para la gran noche (unos se restauran, otros se engalanan) y se exhiben ante el gran público más simpáticos que nunca. No hay micrófono ante el que no paren, comentario ante el que no sonrían, ni cámara ante la que no posen. Saben que serán portada de revista, cabecera de telediario, noticia de prensa… y reclamo para todo de espectadores.


Y, seducidos por los cantos de sirena, un año más nos enchufamos a la gala. Una gala como todas, políticamente correcta, aburrida como las demás, que no depara grandes sorpresas, con muchas caras bonitas en la primera fila, y otras no tanto un poco más atrás, en las que se ensalza lo grande que es América y el “American Way of Life”, y que demuestra que, en este tipo de festejos y eventos… ellos son los reyes, los amos y el espejo en el que mirarse.


Cinematográficamente… este año tampoco ha sido gran cosa, ya que se ha vuelto a respetar los cinco puntos principales de toda entrega de Oscars:

1. El gran duelo: Este año Cameron–Bigelow, Avatar – En tierra hostil, o lo que es lo mismo: el cine espectáculo efectista y palomitero contra el crudo, realista y con conciencia que quiere abrir mentes. Nada sorprendente, pues cada año se vende el morbo del enfrentamiento: Benjamin Button–Slumdog millionaire, Pozos de ambición–No es país para viejos, Salvar al soldado Ryan–Shakespeare enamorado, Titanic–L.A. Confidential… Al final este año ha ganado En tierra hostil, y aunque quieran vender la sorpresa de los premios a la dirección y película, me llama más la atención los galardones a sonido y efectos de sonido… aquí sí, arrebatados a Avatar.

2. Alguien pierde: Si alguien gana… alguien tiene que irse a casa de vacío. Generalmente suele recaer ese honor en una sola película, pero este año se han repartido este puesto Distrito 9 (que aún no sé qué pinta aquí) y Up in the air (que hubiera merecido mejor suerte)

3. Lo de siempre, la sorpresa y el acto de justicia: Oscar de vestuario a una película de época. Precious, además de nominaciones, ha rascado dos premios (actriz de reparto y guion). ¡Por fin un oscar a Jeff Bridges!

4. La cuota extranjera: El premio que menos importa a la Academia ha recaído, contra todo pronóstico (término utilizado por los críticos cuando no aciertan), sobre El secreto de sus ojos. ¿Justo? Se supone que era para La cinta blanca, pero… ¿a quién le importa eso en Hollywood?

5. El dato curioso: Este año protagonizado por Sandra Bullock, en 24 horas recogió el Razzie a la peor actriz protagonista y el Oscar a la mejor actriz protagonista (cada uno por una película diferente)


Y ahora que todos sabemos qué películas han ganado y cómo se han repartido los premios podemos hablar de las películas que han participado.

Próximamente: Las películas de los Oscars que aún puedes ver (en el cine, en dvd, o…)

domingo, 7 de marzo de 2010

EL CINE

Solo en casa. Las “popitas” dan vueltas en el microondas. El homecinema está más que preparado. Teléfono desconectado y móvil apagado. Comienza a llegar el olor de la cocina: las palomitas están listas. El refresco ya espera en la mesa del salón, donde tengo un paquete de pipas a modo de reserva. Apago las luces. Introduzco el disco en el reproductor de dvd. Me acomodo en el sofá: coloco los cojines adecuadamente y pillo “la posición”. Pulso play. Surge un laberinto de menús y opciones donde intento esquivar los trailers, contenidos adicionales y easter eggs. Comienza la película, con la cabecera de la productora ya me regodeo de la gran inversión que supuso el sistema 5.1 del homecinema: ¡qué bien suena todo!

No obstante… no es lo mismo. Y no es culpa de que, en lugar de proyectar la imagen sobre la pared esté usando una pantalla plana de 32 pulgadas sin tdt integrado, ni de que esté simulando una sesión nocturna de cine a las tres de la tarde mientras todos se han ido a dar una vuelta… es que…. No es lo mismo.

Porque, con independencia del precio de las salas, del adolescente porculero o la maruja parlanchina dispuestos a molestar durante la película, que los argumentos e historias de las películas sean cada vez peores… no hay nada como disfrutar de una película en pantalla grande. Lo mismo da si estamos ante una película de autor o taquillera, sesuda o palomitera, independiente o de grandes estudios, simpática o dramática, de terror o infantil, si necesitamos gafas 3D o al director para que nos la explique, si el libro o la primera parte estaba mejor, la necesidad de hacer el remake o la secuela, si la actuación fue para oscar o para matar al protagonista, si viendo los trailers ésta hay que venir a verla y para ésta esperamos a que salga el dvd… Te sientas en tu butaca, te dejas llevar por las imágenes que se proyectan en la pantalla, por el sonido envolvente… y durante un rato abandonas este mundo terrenal de estrés, rutina y crisis mundial, para participar como un personaje más (o espectador de lujo) de una nueva realidad distinta a la tuya. No hay botón de stop, no hay botón de pausa. Sólo una experiencia visual, auditiva, intelectual, imaginativa, cultural... de la que disfrutar.
En el cine, más que facilitarnos el contacto con el séptimo arte... es una fábrica de sueños.