sábado, 16 de octubre de 2010

CÓMICOS

No me considero un mitómano, ni siquiera soy un fanático mínimamente fiel a sus ídolos e iconos cinematográficos. Cuando hablamos de constancia y tesón, no soy un buen ejemplo a seguir, ni siquiera respecto a mis gustos cinematográficos.
Quizás por ello no haya sido capaz, después de ir al cine a ver las dos primeras, de ver (ni por descarga directa) la tercera de Millennium; puede que así se explique el que acuda cada año a ver la última de Woody Allen... a pesar de que es un autor que no me interesa; o que, a pesar de mi lucha contra el sistema cinematográfico patrio acabe sentado en la sala viendo uno de los estrenos nacionales subvencionados.
Quizás por ello no haya encontrado aún actores o actrices a los que seguir de forma acérrima, y cuya filmografía ir renovando (de vhs a dvd y de éste a blu-ray), cuyos posters colgar en la pared en mi adolescencia. Como mucho, la etapa en la que seguí a Spielberg (aquella en la que fue el Rey Midas y hacía las películas que queríamos ver, antes de pretender ser soso y trascendente: Amistad, Inteligencia artificial, La terminal, Munich...) o mi interés, puramente carnal, por Scarlett Johansson.

Y es que, a pesar del interés de la industria americana y del star system por ofertarnos diferentes generaciones de artistas a los que venerar (desde el rat-pack de Sinatra, Martin y Davis Jr con "la cuadrilla de los once" a la panda de George Clooney y Brad Pitt de "oceans eleven"; desde el brat-pack de "el club de los cinco" al de "rebeldes"), siempre me han ido más los actores secundarios, concretamente los españoles de la década de los 60.
Una generación de cómicos formados y forjados en mil y un escenarios, como ya nos contó por escrito y en película Fernán Gómez (El viaje a ninguna parte), y cuya película generacional fue: "Atraco a las tres".
Jose Luis López Vázquez, Cassen, Gracita Morales, Manuel Alexandre, Agustín González, Rafaela Aparicio, Alfredo Landa, a los que se podría sumar Manolo Gómez Bur, Antonio Ozores, Luis Ciges, Florinda Chico, Mary Santpere, Manolo Morán, Pepe Isbert, actores cuyo físico o voz inicialmente les excluía del cine o les relegaba a la comedia, pero cuya profesionalidad y trabajo en una industria con más talento que medios y presupuesto (la de los años 50 y 60) dio una nueva dimensión a nuestra comedia más allá de coplas, sainetes y de la tradición de películas de Cifesa y de Benito Perojo.

Lo mismo daba que secudasen a la folklórica de turno, a Martínez Soria, Concha Velasco, Manolo Escobar o Tony Leblanc; que pudieran encasillarse en un tipo de personajes nunca resultó un problema, pues de siempre fueron auténticos robaescenas, los preferidos del público, las estrellas de la función.
Cómicos. Marcaron la edad de oro en nuestro cine, una etapa llena de historias en las que ver cómo era la España de los sesenta, una sociedad que quería progresar, con una clase trabajadora que intentaba salir adelante; Películas plagadas de personajes cercanos, muy humanos, con los que los espectadores podían indentificarse, en los que se podían reconocer; personajues que viven todo tipo de situaciones -a momentos alegres, a momentos agridulces- y en las que siempre se transmitía un mensaje de ilusión y esperanza.

No hace mucho que, a través de Cine de Barrio, Jose Manuel Parada quiso reivindicarles, y otorgarles el espacio que merecían en el olimpo patrio, dándoles a conocer a unas generaciones que crecimos subestimando su cine, tachándolo de "españolada". Pudimos ver que, con el devenir de los años, en nuestro cine no ha habido espacio para todos más allá de los filmes de Berlanga, que no todos corrieron la misma suerte. A la mayoría los olvidamos injustamente, los relegamos al olvido. Unos se quedaron estancados en comedietas de destape, otros saltaron al teatro o a la televisión, y algunos pudieron reciclarse, realizando papeles más serios y profundos con la llegada de los 80 cambiando completamente de registro(como Alfredo Landa, Fernán Gómez, Rafael Alonso...)

Es triste descubrir cómo nos van abandonando, cómo nuestro cine se va quedando huérfano de aquellas personas que lo hicieron grande, que lo hicieron cercano, que lo hicieron tan humano... y cómo los hemos ido olvidando...

lunes, 4 de octubre de 2010

CRÍTICA A LA CRÍTICA

Hay veces en las que no dejo de preguntarme qué razones han llevado, en este extraño mundillo del cine, a que sean los críticos quienes lleven la voz cantante sobre qué es bueno o no. Supongo que habrán cursado complicados estudios profundos e intensivos sobre autores, historia, técnicas, estilos, movimientos… se habrán tragado horas y horas de películas de todos los países y tendrán el botón del “pause” gastado de tanto parar las proyecciones analizando hasta el último detalle… conscientes de su rol de cicerones del séptimo arte, reflexionarán y prepararán críticas accesibles y asequibles a todo tipo de público.

Supongo. Pero… todo parece indicar que no es así. Abonado desde principios de los 90 a las revistas cinematográficas, hace años que sucumbí ante la idea de que no existe un crítico que escriba y piense como el público que puebla las salas cinematográficas. Ellos juzgan desde sus pedestales y nosotros, simples mortales, no somos para ellos más que simples marionetas que nos movemos al son de los grandes estudios. No es casualidad que taquilla y crítica coincidan en ocasiones tan puntuales.

Puede que el dicho sea verdad, y que no sean más que directores o guionistas frustrados. Puede que lo que persigan es el reconocimiento de una oscura y selecta élite intelectual al intentar hacer de una simple crítica un extraño ejercicio de tecnicismos y neologismos… o puede que despertar la admiración popular al encontrar extrañas, dispares y lejanas referencias cinematográficas en cualquier plano del film que sea.

Críticos… da igual el medio de comunicación en el que se refugien, la sala a la que acudan, el evento a cubrir… todos buscan hacerse notar, todos creen tener derecho a decir, a opinar, a atacar... desde las más prestigiosas revistas de cine al más modesto y alternativo fanzine independiente, desde la más cutre televisión local, al más afamado y popular programa televisivo.
Y si hay un lugar en el que se mueven especialmente cómodos, un sitio que reconocen como suyo, en el que se sienten como pez en el agua… es un festival de cine. Y cuanto más sesudo… mejor. Les pone especialmente eso de ser “enviados especiales en festivales internacionales”, el saltar de sala en sala, de retrospectivas y homenajes a secciones y especiales. Salen de la proyección, sacan el diccionario de la Real Academia del maletín, conectan sus portátiles, se ponen guapos ante la cámara… y comienzan a diseccionar hasta el último detalle de la escandinava de turno, de la revelación del año y de aquellas películas que nunca verán “la luz” en el circuito de cine comercial… y lo que más les gusta juzgar y ajusticiar a la película comercial de turno que acude fuera de concurso, aceptémoslo, a darle un poco de vidilla y publicidad a la fiesta.

Y en éstas, resulta que Robert Rodríguez –uno de los “niños terribles” del cine actual (demasiado friki hasta para Tarantino)– se presenta en Venecia con MACHETE, su última gamberrada al más puro estilo “Grindhouse”.
Se dice que, durante el estreno, los buitres volaban en círculo sobre la sala esperando las críticas de los entendidos.