domingo, 21 de noviembre de 2010

BSO

De todos es conocido el dicho “una imagen vale más que mil palabras”, y aunque en el mundo del cine no es una verdad universal (se pueden contar con los dedos de una mano las versiones cinematográficas de cuentos, historias y novelas que superan al original literario), no deja de ser significativo que este principio se emplee para justificar el paso al formato audiovisual de algún que otro libro.

En lo que nadie parece caer, en este universo de celuloide, es en que “una nota vale más que mil imágenes”. Porque, si una sola fotografía puede reflejar a la perfección la más extensa y perfecta descripción, una simple melodía tiene la capacidad de traer a nuestra mente, además de la imagen o escena en la que salía, aquellos recuerdos, sensaciones y sentimientos que experimentamos al oírla por primera, segunda o enésima vez.


Si las imágenes se graban en nuestra retina, la música tiene la virtud de impregnar una gran cantidad de zonas de nuestro cerebro, de tal forma que podemos volver a sentir cómo los pelos se nos pusieron de punta viendo el exorcista, con solo oír los primeros acordes del Tubular Bells de Mike Oldfield; notamos que a nuestros oídos llega el eco de la respiración de Darth Vader con la Marcha Imperial de Star Wars; regresamos a la infancia –cuando nos colocábamos de rodillas sobre la butaca del cine (para poder ver mejor la pantalla)– con cualquiera de las canciones de Mary Poppins o El libro de la Selva; se nos forma un pequeño nudo en el estómago pensando en la ilusa y soñadora Audrey Hepburn cada vez que suena Moonriver…


El cine no sería lo mismo sin la música incidental que acompaña, adorna e incluso explica y justifica el comportamiento y sentimientos de los personajes. ¿Serían tan míticas La Conquista del Oeste u Horizontes de Grandeza sin su música de apertura? ¿Sería el mismo el universo de Tim Burton sin Danny Elfman? ¿Nos seguiríamos acordando de títulos como Hatari, Local Hero, El Piano o La Misión, de no estar detrás Henry Mancini, Mark Knoppler, Michael Nyman o Ennio Morricone?



Una de las diferencias más crudas entre la realidad y la ficción cinematográfica es la ausencia de una melodía de fondo que te ayude a asumir y/o a comprender algunos de los momentos o situaciones por las que pasas. Quizá por ello suelo llevar en mi ipod una serie de listas de reproducciones cuidadosamente elaboradas con melodías de todo tipo de cine (géneros, épocas, compositores…) de la que tirar a la hora de afrontar determinados instantes:

- Levantarse de la cama y espabilar (Flying del Peter Pan de James Newton-Howard)

- Camino del trabajo (títulos de inicio de Sky Captain, Robin Hood príncipe de los ladrones, o El Hombre de la Máscara de Hierro, La Gran Evasión…)

- Motivación para enfrentarse a los alumnos (Anvil of Crom de Conan el Bárbaro, The Dream de Desafío Total, títulos de inicio de Horizontes de Grandeza de Jerome Moross…)

- Salida del instituto (The fratelli chase de los Goonies, Zoosters Beakout de Madagascar…)

- Comenzar a corregir, estudiar o escribir: (Bien, empecemos de Mia Sarah, You´re so cool de Amor a quemarropa, títulos de inicio de American Beauty…)

- Relax, estufita y desenchufe (Buon giorno principessa de La Vida es Bella, Love Theme de Blade Runner, It´s a life de El Show de Truman, los temas centrales de Feliz Navidad Mr. Lawrence, La fuerza del cariño, Nana de El laberinto del fauno…)


Anoche, seducido por la propuesta, fui a un concierto sobre Bandas Sonoras, organizado para conmemorar el día de Santa Cecilia. No era el primer concierto al que voy para escuchar y degustar las versiones e interpretaciones de conocidas melodías de cine, con lo que no me sorprendió ver a gente joven llenar las localidades, ni oír sus preferencias y opiniones sobre lo que la banda tocó: desilusión porque no iban a interpretar nada de Piratas del Caribe, curiosidad por oír el tema de Titanic, intriga por saber quién era el violinista invitado para tocar La lista de Schindler… Disfruté de lo lindo cada uno de los nueve temas que tocaron, pero, al finalizar el concierto eché en falta una cosa: clásicos. Dr.Zivago, Ben Hur, Casablanca, Lawrence de Arabia, Ocho y Medio, El Padrino, El Puente sobre el río Kwai, Memorias de África…


Son geniales los homenajes que las bandas de música hacen de las películas y autores más conocidos, pero, teniendo en cuenta que la mayor parte del público no sabría reconocer o diferenciar los temas centrales de Superman y de la Guerra de las Galaxias… no estaría de más aprovechar para desempolvar grandes temas y darlos a conocer a los jóvenes que tímidamente se acercan a este tipo de eventos.



sábado, 16 de octubre de 2010

CÓMICOS

No me considero un mitómano, ni siquiera soy un fanático mínimamente fiel a sus ídolos e iconos cinematográficos. Cuando hablamos de constancia y tesón, no soy un buen ejemplo a seguir, ni siquiera respecto a mis gustos cinematográficos.
Quizás por ello no haya sido capaz, después de ir al cine a ver las dos primeras, de ver (ni por descarga directa) la tercera de Millennium; puede que así se explique el que acuda cada año a ver la última de Woody Allen... a pesar de que es un autor que no me interesa; o que, a pesar de mi lucha contra el sistema cinematográfico patrio acabe sentado en la sala viendo uno de los estrenos nacionales subvencionados.
Quizás por ello no haya encontrado aún actores o actrices a los que seguir de forma acérrima, y cuya filmografía ir renovando (de vhs a dvd y de éste a blu-ray), cuyos posters colgar en la pared en mi adolescencia. Como mucho, la etapa en la que seguí a Spielberg (aquella en la que fue el Rey Midas y hacía las películas que queríamos ver, antes de pretender ser soso y trascendente: Amistad, Inteligencia artificial, La terminal, Munich...) o mi interés, puramente carnal, por Scarlett Johansson.

Y es que, a pesar del interés de la industria americana y del star system por ofertarnos diferentes generaciones de artistas a los que venerar (desde el rat-pack de Sinatra, Martin y Davis Jr con "la cuadrilla de los once" a la panda de George Clooney y Brad Pitt de "oceans eleven"; desde el brat-pack de "el club de los cinco" al de "rebeldes"), siempre me han ido más los actores secundarios, concretamente los españoles de la década de los 60.
Una generación de cómicos formados y forjados en mil y un escenarios, como ya nos contó por escrito y en película Fernán Gómez (El viaje a ninguna parte), y cuya película generacional fue: "Atraco a las tres".
Jose Luis López Vázquez, Cassen, Gracita Morales, Manuel Alexandre, Agustín González, Rafaela Aparicio, Alfredo Landa, a los que se podría sumar Manolo Gómez Bur, Antonio Ozores, Luis Ciges, Florinda Chico, Mary Santpere, Manolo Morán, Pepe Isbert, actores cuyo físico o voz inicialmente les excluía del cine o les relegaba a la comedia, pero cuya profesionalidad y trabajo en una industria con más talento que medios y presupuesto (la de los años 50 y 60) dio una nueva dimensión a nuestra comedia más allá de coplas, sainetes y de la tradición de películas de Cifesa y de Benito Perojo.

Lo mismo daba que secudasen a la folklórica de turno, a Martínez Soria, Concha Velasco, Manolo Escobar o Tony Leblanc; que pudieran encasillarse en un tipo de personajes nunca resultó un problema, pues de siempre fueron auténticos robaescenas, los preferidos del público, las estrellas de la función.
Cómicos. Marcaron la edad de oro en nuestro cine, una etapa llena de historias en las que ver cómo era la España de los sesenta, una sociedad que quería progresar, con una clase trabajadora que intentaba salir adelante; Películas plagadas de personajes cercanos, muy humanos, con los que los espectadores podían indentificarse, en los que se podían reconocer; personajues que viven todo tipo de situaciones -a momentos alegres, a momentos agridulces- y en las que siempre se transmitía un mensaje de ilusión y esperanza.

No hace mucho que, a través de Cine de Barrio, Jose Manuel Parada quiso reivindicarles, y otorgarles el espacio que merecían en el olimpo patrio, dándoles a conocer a unas generaciones que crecimos subestimando su cine, tachándolo de "españolada". Pudimos ver que, con el devenir de los años, en nuestro cine no ha habido espacio para todos más allá de los filmes de Berlanga, que no todos corrieron la misma suerte. A la mayoría los olvidamos injustamente, los relegamos al olvido. Unos se quedaron estancados en comedietas de destape, otros saltaron al teatro o a la televisión, y algunos pudieron reciclarse, realizando papeles más serios y profundos con la llegada de los 80 cambiando completamente de registro(como Alfredo Landa, Fernán Gómez, Rafael Alonso...)

Es triste descubrir cómo nos van abandonando, cómo nuestro cine se va quedando huérfano de aquellas personas que lo hicieron grande, que lo hicieron cercano, que lo hicieron tan humano... y cómo los hemos ido olvidando...

lunes, 4 de octubre de 2010

CRÍTICA A LA CRÍTICA

Hay veces en las que no dejo de preguntarme qué razones han llevado, en este extraño mundillo del cine, a que sean los críticos quienes lleven la voz cantante sobre qué es bueno o no. Supongo que habrán cursado complicados estudios profundos e intensivos sobre autores, historia, técnicas, estilos, movimientos… se habrán tragado horas y horas de películas de todos los países y tendrán el botón del “pause” gastado de tanto parar las proyecciones analizando hasta el último detalle… conscientes de su rol de cicerones del séptimo arte, reflexionarán y prepararán críticas accesibles y asequibles a todo tipo de público.

Supongo. Pero… todo parece indicar que no es así. Abonado desde principios de los 90 a las revistas cinematográficas, hace años que sucumbí ante la idea de que no existe un crítico que escriba y piense como el público que puebla las salas cinematográficas. Ellos juzgan desde sus pedestales y nosotros, simples mortales, no somos para ellos más que simples marionetas que nos movemos al son de los grandes estudios. No es casualidad que taquilla y crítica coincidan en ocasiones tan puntuales.

Puede que el dicho sea verdad, y que no sean más que directores o guionistas frustrados. Puede que lo que persigan es el reconocimiento de una oscura y selecta élite intelectual al intentar hacer de una simple crítica un extraño ejercicio de tecnicismos y neologismos… o puede que despertar la admiración popular al encontrar extrañas, dispares y lejanas referencias cinematográficas en cualquier plano del film que sea.

Críticos… da igual el medio de comunicación en el que se refugien, la sala a la que acudan, el evento a cubrir… todos buscan hacerse notar, todos creen tener derecho a decir, a opinar, a atacar... desde las más prestigiosas revistas de cine al más modesto y alternativo fanzine independiente, desde la más cutre televisión local, al más afamado y popular programa televisivo.
Y si hay un lugar en el que se mueven especialmente cómodos, un sitio que reconocen como suyo, en el que se sienten como pez en el agua… es un festival de cine. Y cuanto más sesudo… mejor. Les pone especialmente eso de ser “enviados especiales en festivales internacionales”, el saltar de sala en sala, de retrospectivas y homenajes a secciones y especiales. Salen de la proyección, sacan el diccionario de la Real Academia del maletín, conectan sus portátiles, se ponen guapos ante la cámara… y comienzan a diseccionar hasta el último detalle de la escandinava de turno, de la revelación del año y de aquellas películas que nunca verán “la luz” en el circuito de cine comercial… y lo que más les gusta juzgar y ajusticiar a la película comercial de turno que acude fuera de concurso, aceptémoslo, a darle un poco de vidilla y publicidad a la fiesta.

Y en éstas, resulta que Robert Rodríguez –uno de los “niños terribles” del cine actual (demasiado friki hasta para Tarantino)– se presenta en Venecia con MACHETE, su última gamberrada al más puro estilo “Grindhouse”.
Se dice que, durante el estreno, los buitres volaban en círculo sobre la sala esperando las críticas de los entendidos.

jueves, 22 de abril de 2010

SIMPLEMENTE CINE

Hace un tiempo me preguntaron por mis primeros recuerdos asociados al mundo del cine. Después de mucho pensar en ello llegué a la conclusión de que, posiblemente, éstos sean las imágenes del Puente Carranza levantado cuando íbamos a Cádiz a ver “Superman” (¿o “Superman 2?), y la de un niño pequeño recién llegado de un planeta lejano levantando la camioneta de sus futuros padres adoptivos como si nada.

Por mucho que pienso e intento abstraerme, no logro poner en pie cuál fue la primera sala que pisé (aún menos la película); sin embargo, no creo que logre olvidar las cinco que habían/sobrevivían en mi ciudad durante mi infancia y, sin las cuales, no sería el humilde aficionado que les escribe.

No recuerdo la primera en la que entré, pero no consigo quitar de mi cabeza a los hombres águila de Flash Gordon, al pasar frente al bloque de pisos construido en lo que era el Cine Moderno; a Atreyu volando a lomos de Mushu, el dragón blanco de La historia interminable, al aparcar en lo que fue en su día el Central Cinema; a Conan el Bárbaro creciendo mientras dada vueltas encadenado a una noria, cuando veo el cartel del pub situado en lo que fue el Cine Victoria; o al zorro, vestido de rojo y algo amanerado, de Esos zorros locos, locos al pasar por lo que ayer era Cine Avenida y hoy un bingo con el mismo nombre.

No recuerdo la primera sala en la que entré, pero no olvido aquella en la que me forjé como cinéfago, aquella en la que crecí como espectador, en la que el cine me atrapó, me hipnotizó, me maravilló, me alimentó de sensaciones, experiencias y mundos que aún llevo impregnados (por no decir tatuados) en mi retina. Un cine de verano en los años 40 que pasó a ser cubierto a finales de los 70, el último de la ciudad a mediados de los 80, de barrio en los 90 (con la llegada de los multicines a la ciudad), y que cerró sus puertas en 2002. El Cine Macario.

No recuerdo la primera sala en la que entré, pero reconozco que, cada vez que paso junto a la discoteca que construyeron sobre ella, noto un gran vacío, una sensación cercana al dolor, y cierro los ojos –con la misma ilusión de un niño que espera al abrirlos encontrarse con el regalo más ansiado y querido– conservando la estúpida (y romántica) esperanza de que todo haya sido un mal sueño y esté ahí, en pie, abierto, como si todo no hubiera acabado en marzo de 2002.

No viví sus años dorados, no conocí su época de esplendor. Pertenezco a la generación del VHS, y por lo tanto compartí una etapa oscura, años de cierre generalizado de salas por el auge del cine doméstico. Mis recuerdos son los de una sala con sabor añejo, castigada por el paso (y peso) de los años: asientos gastados y dañados (algunos por quemaduras de cigarro, otros por desgaste, asomando una gomaespuma amarillenta), alguna que otra mancha de humedad en su techo, la media luz que reinaba entre sesión y sesión, el timbre que anunciaba el inicio de la película; La pequeña escalera que llevaba a la sala de proyección (que dividía en dos un pequeño palco): era una escalera estrecha y angosta en cuyo hueco una pequeña barra hacía las veces de ambigú y en el que –aún no me lo explico, dado el escaso hueco existente– vendían casi de todo; El descansillo en el que pacientemente esperábamos que finalizase la sesión anterior: hall custodiado por dos grandes proyectores antiguos, fotografías de cuando fue cine de verano (que acompañan este post) y carteles con algunas de las películas de mayor éxito adornando los pasillos. Y las cortinas. Unas tapaban las puertas de acceso a la sala impidiendo la entrada de luz del exterior, otras –mucho más grandes– escoltaban la pantalla y, con su abrir y cerrar, marcaban el comienzo y final de cada sesión.

Si hay algo de lo que acuso a las multisalas es la frialdad del recinto, la pérdida de identidad, de personalidad: todas son iguales. Con los grandes cines han desaparecido conceptos como solemnidad, respeto, espectáculo... No había dos iguales, cada uno tenía su magia, su encanto, su historia, su sello… El Macario era nuestro propio Cinema Paradiso, en él estábamos como en el salón de nuestra casa, han sido muchas las horas que allí pasamos, y mucho lo vivido en él por varias generaciones de portuenses. Todos tenemos alguna que otra anécdota que contar.


No hacía falta quedar con nadie, no era necesario hacer de una película un evento social, durante sus años de vida, fue un punto de encuentro informal, un local social donde, aunque fueras solo, siempre podías encontrar una cara amiga con quien sentarte y compartir proyección. Tan sólo se iba a ver una película, o dos, o tres: La programación no se renovaba como ahora semanalmente, y aunque los estrenos llegaban con meses de retraso, se podía disfrutar de dobles o triples sesiones por menos de 300 pesetas (1,80€) Recuerdo Fievel y el nuevo mundo, Quién es esa chica y Cita a ciegas; El corazón del guerrero, Bar coyote y Nadie conoce a nadie, o la proyección seguida de la trilogía original de La guerra de las galaxias.

Los matinales del domingo con El armario del tiempo, El superagente Picapiedra, Amanecer Rojo... Las primeras de la tarde con Regreso al Futuro, Los bicivoladores, Cariño, he encogido a los niños. Conmovieron Ghost y Mi chica; impactó El silencio de los corderos, La mano que mece la cuna, Viven, 12 monos; divirtieron: Torrente, Loca academia de policía, Cocodrilo Dundee, Dos tontos muy tontos; a escondidasaunque mis padres se acabaron enterando– Orquídea Salvaje, Instinto Básico; soporíferas 1492, la conquista del paraíso y El último emperador; por la mañana, con el colegio El oso; en 3D, con gafas bicolor Pesadilla en Elm Street: la pesadilla final; intento infructuoso de ligue con La sombra del diablo; repleto de adolescentes hormonadas Sufre mamón, Cocktail; grandes descubrimientos Bitelchus, Sin perdón, Terminator 2, Scream, Llamaradas, Thelma y Louise; grandes decepciones Regreso al lago azul, El hombre que susurraba a los caballos, House 3, Inocencia Interrumpida; sesiones de miércoles santos Jumanji y Braveheart, Gattacca y Hard Rain; la única película estrenada simultáneamente con el resto de salas de España Jurassic Park; casposas Yo soy esa, Perdona bonita (pero Lucas me quería a mí), Aquí huele a muerto; no aptas para mayores Dinosaurio, Robin Hood, La película de Tigger; la que más veces vi Pretty Woman; las que lamento no haber visto (allí) El último mohicano, La lista de Schindler;….

No recuerdo cuál fue la primera película que vi en una sala, pero conservo imágenes, ideas, pensamientos, sensaciones y anécdotas de cada una de las que recuerdo haber visto allí.


Años de ingesta indiscriminada de cine. Cine. Simplemente cine. Sin mayúsculas, sin pretensiones, sin ningún tipo de criba o selección. Simplemente cine. Se iba al Macario con independencia de lo que pusieran. Simplemente cine. Sin prejuicios, afán crítico ni expectativas, sin reflexiones ni análisis sesudos de técnicas, estilos, efectos y recursos. Simplemente cine. Tan sólo aprender a vivir, gozar y disfrutar aquellas obras, aquel recinto, aquel templo. Simplemente cine.

Excusa para llegar más tarde, salir de casa, disfrutar de intimidad con tu pareja, o para ir de copas después; preludio de cena o epílogo fin de fiesta; cita programada (Ésta la veremos en el Macario), pasatiempo (Es para verla de nuevo… pero en el Macario) plan espontáneo (Mira, ahora hay una sesión) o simple coartada (Nos quedamos a ver la siguiente sesión).

Todo aquello era el Cine Macario. Todo aquello formaba parte de nuestras vidas. Todo aquello era cine. Cine. Simplemente cine.

En unos años como estos en los que las multisalas son las reinas que marcan tendencias en el mercado (sonido thx, dolby surround, tecnología digital, proyección en 3D, retransmisiones de ópera, eventos deportivos…), y las películas nos llegan como puro objeto de consumo con fecha de caducidad, no entiendo cómo las autoridades públicas permiten, no sólo el cierre (y con ello la muerte) de estos antiguos templos de la cultura, sino la construcción de bloques de pisos, aparcamientos o bares, en aquellos lugares en los que se hacía del cine un arte.


Pd: Papá, muchas gracias por las fotos.

domingo, 18 de abril de 2010

ALICIA NO MARAVILLA

Hay, en el mundo del cine, artistas que parecen nacidos para producir, dirigir y/o interpretar una determinada obra o papel. Creadores de renombre que impregnan sus trabajos de su personalidad, inquietudes y anhelos de la infancia, y que resultan más que idóneos para trasladar a la gran pantalla determinados mundos, historias, personajes, universos literarios...

Porque, inicialmente, ¿quién mejor que.... para rodar....?
- Disney ... El Mago de Oz
- Steven Spielberg ... Peter Pan
- Javier Fesser ... Mortadelo y Filemón
- Roberto Benigni ... Pinocho
- Tim Burton ... Alicia en el País de las Maravillas

El problema aparece cuando, bien por exigencias de la productora o por capricho del director, el proyecto original comienza a sufrir cambios, una serie de vueltas de tuerca que hacen que se "pase de rosca" y que el producto final diste bastante de ser lo inicialmente prometido y lo que espera el espectador.
En su revisión del clásico de Baum, la Disney apostó por el regreso de Dorothy a un Oz devastado por una terrible bruja. Y salió una película oscura, lejana del universo de la obra original, y en la que apenas salieron los personajes originales.
Spielberg llevaba años detrás de hincarle el diente a Peter Pan. El rey midas de Hollywood parecía el candidato ideal de superar el listón de la película de Disney. Al final adaptó Hook una especie de "continuación" muy muy inferior al libro de Barrie.
Tras El secdleto de la tlompeta y El milagro de P.Tinto parecía que los personajes de Ibáñez iban a tener una película a medida, al igual que Pinocho después de que Benigni hiciera La vida es bella. Pero la falta de una historia lo suficientemente elaborada por Fesser en la primera, y el excesivo afán de protagonismo del actor-director italiano en la segunda (Por cierto, ¿cuándo verá que su mujer no sabe actuar?) lastraron ambos filmes.

Ahora nos ha llegado la versión de Tim Burton sobre el clásico de Carroll. Versión, que no visión (como muchos seguidores del director hubiésemos deseado), pues la película sólo tiene de éste el diseño de decorado y vestuario.

En una jugada maestra, la Disney ha confeccionado una estratagema para hacerse con un buen pico en taquilla: anuncia a bombo y platillo la versión de uno de sus clásicos animados, contrata para filmarla al director idóneo, para protagonizarla a un actor con gancho, adapta la cinta al 3D, crea un disco de canciones inspiradas en la película, encarga el single a Avril Lavigne y atrasa el estreno para evitar competir con Avatar. Pero...
En su camino por arrasar en taquilla encarga la escritura del guión a alguien que tuviera claro desde un principio el objetivo fundamental (gustar al mayor número de público posible), creando una historia sencilla, manida y en las antípodas de lo que Lewis Carroll escribió y el propio Disney intentó reflejar en su película.

Alicia en el País de las Maravillas tiene todos los ingredientes necesarios para ser puro entretenimiento: bien narrada, buen ritmo, personajes secundarios que se meten en el bolsillo al espectador (la Liebre de Marzo, Tweedledee y Tweedledum), tensión sexual entre los protagonistas (El Sombrerero y Alicia), supuesta épica, una batalla, momento moralina y un final políticamente correcto.
Pero no tiene nada del espíritu de las novelas (cuya grandeza residía en la falta de coherencia, en la locura, en lo extraño y surrealista del país y sus habitantes, la imaginación, el caos, lo absurdo, la crítica de la sociedad, la fuerza de unos personajes de peso, la ausencia de pretensiones...) Han cogido algunos cuadros, personajes y secuencias, y han creado una historia más cercana al espíritu de Narnia y del Señor de los Anillos que al original (la han "americanizado")

Alicia en el País de las Maravillas tiene todos los ingredientes necesarios para ser una obra de Tim Burton, pero no es Burton. Más allá de decorados, maquillajes y vestuario... a esta película le falta la "magia", la "mala baba" y el "punto gamberro" de otras típicas de este director.

Quizás por todo ello, sólo si nos evadimos de que la película sea Alicia y el director Burton... se pueda llegar a apreciar su valor como vehículo de entretenimiento de la factoria Disney. Quizás por ello a lo mejor le de una segunda oportunidad (en 2D) abstrayéndome de las espectativas no cumplidas.

martes, 6 de abril de 2010

NI FURIA NI TITANES

Sesiones como las de hoy son las que me llevan a pensar que el cine palomitero estadounidense está en coma. Y no en horas bajas, pues de ser así se le supondría cierta mejoría a corto–medio plazo. En coma, con un bonito ataúd a medida de pino con pequeñas incrustaciones doradas esperándole en la sala de al lado.

No hay motivo para el optimismo, no hay lugar para la esperanza. Si hace años que se quedaron sin ideas, si llevan tiempo viviendo de las rentas, hoy he visto el principio del fin, hoy he visto “Furia de Titanes”

Las señales estaban claras, las teníamos a primera vista: esa afluencia de adaptaciones, remakes y (per)versiones; revisión de antiguas series de televisión y comics de culto en busca de inspiración; el rescate de viejas glorias ochentenas; la resurrección del 3D y de su papel (de nuevo) como maná salvador de la industria; la ausencia de películas con un mínimo de empaque y con posibilidades de trascendencia (más allá de contar con unos efectos especiales que, desde su producción, tienen fecha de caducidad)…


Hubo un tiempo en el que Hollywood contrataba a pesos pesados del panorama literario para confeccionar las historias y guiones de sus películas. Años en los que se valoraban cosas como el talento, la calidad y la excelencia, en los que “la fábrica de los sueños” se dedicaba a desarrollar “el noveno arte”, en los que se respetaba (e incluso mimaba) al espectador.

El cine de aventuras hace años que murió. La maquinaria de la meca del cine la sepultó bajo una tonelada de efectos especiales, guiones poco trabajados, personajes sin carisma y refritos de las pocas fórmulas de éxito. Cuesta ver cómo todo lo que se creó en los 80 han llegado a ignorarlo o, como en este caso, a destrozarlo sin el más mínimo pudor.

El problema fundamental es la extraña obsesión por rehacer y reformular lo que ya se hizo bien con la vaga excusa de acercarse a las nuevas generaciones. Tan vil y estúpido como adaptar una novela clásica, pero con el agravante de dar libertad al escritor para que cambie lo que quiera y desee del original. ¿Imaginan que el encargado de adaptar el Quijote decidiera cambiar el origen de las locuras del protagonista, suprimiera a Sancho o hiciese de Dulcinea un personaje real, tan real que al final se casase con el protagonista? Sería aberrante, ¿verdad? ¿Y por qué se tolera con el cine? ¿Para qué el remake de un film si después se cambia la historia, las motivaciones y circunstancias de los personajes, el espíritu original, de manera que, al final, la nueva cinta tiene menos calidad que el original y el único parecido entre ambas es el título?

Con “Furia de Titanes” nos encontramos con una película mala. Así de simple. Carece de un guión sólido y mínimamente interesante y estructurado. Todo va excesivamente rápido; en la historia los personajes entran y salen, hacen y deshacen atropelladamente, sin dar opción a que el público termine de enterarse de lo que va sucediendo en este batiburrillo de situaciones y escenas que componen la película. Es la primera vez que pienso que una película hubiera agradecido veinte minutos más de metraje.

Ante tanto caos, como es lógico, los personajes son planos y carentes de una personalidad mínimamente interesante. Y si a esto sumamos la desastrosa actuación de de los actores (Worthington inexpresivo, Neeson terrible y Fiennes pasado de rosca) y la sensación de estar ante una película de serie b (vestuario y decorados recuerdan al de las peores películas de romanos que he visto; los efectos especiales no son nada de especiales… muy básicos)… el resultado final es muy pobre y la sensación con la que sale es público es descorazonadora. ¿Dónde ha quedado la épica? ¿Cómo puede perpetrarse tamaño despropósito con una mitología como la griega, que tanto juego puede dar al cine?

Me resulta muy triste tener que decir esto, pero este tipo de películas hace de las versiones antiguas (El viaje fantástico de Simbad[1974], Jasón y los Argonautas[1963], Furia de Titanes[1981]) auténticas joyas dignas de revisión, y de profesionales y técnicos de efectos especiales como Ray Harryhausen auténticos artistas y artesanos del séptimo arte.
En esta época de 3D, CGI, y efectos digitales, es indignante ver cómo la industria es capaz de cargarse cualquier obra (más o menos clásica) sólo por hacer caja. Si la introducción del ordenador en la última de Indiana Jones era un atentado a la estética y al estilo “serie b/años 40” de la saga, lo hecho aquí es de juzgado de guardia, pues ni siquiera son mínimamente decentes ni están lo suficientemente elaborados como para justificar la “actualización” (como he leído por ahí) de esta película.

Desde aquí hago un llamamiento general para recuperar el clásico del 81, con un Zeus en condiciones (¡Laurence Olivier!), una historia decente y unos efectos más que dignos.




lunes, 8 de marzo de 2010

OSCARS: LOS PREMIOS DE LA ACADEMIA

Después de tanto bombo y platillo, de tanta película nominada, olvidada y premiada, de las apuestas, quinielas y porras, de los pormenorizados análisis sobre posibilidades, justicias e injusticias, se acabó todo.

Cada, año, al concluir este evento, me surgen las mismas preguntas: ¿cuál es el secreto del éxito de los Oscars? ¿Por qué resulta tan importante una gala cuyos criterios para nominar y premiar son tan… subjetivos? ¿Cómo es que se le presta tanta cobertura a la fiesta local de un gremio artístico… y no a otros más importantes, vitales, trascendentes y prestigiosos?

Este año, sin Obama de por medio, ¿quién hubiera estado atento a los Nobel? Bueno, ¿quién sigue los Nobel? ¿Qué sería de los Príncipe de Asturias sin el “deportista de élite premiado”? Y es que… ni el resto de ceremonias sobre cine (Goya, César, Festival de Cannes, Berlín, Venecia…) causan tanta expectación como los Premios de la Academia de Cinematografía Norteamericana.


¿Y por qué resultan tan importantes y tan atractivos estos premios?

En primer lugar, por el fácil acceso al cine. Cualquiera, por el simple hecho de ver una película puede hablar de cine. De hecho, ver una película no requiere esfuerzo ni intelecto por parte del espectador (“espectador”, hasta el nombre es significativo) Sólo se necesita sentarse frente a la pantalla (de cine o televisión) y dejarse llevar. Al contrario que en la literatura o en el deporte, no hace falta conocimientos previos, dominar un argot o saber de técnicas o reglamentos específicos; basta simplemente con decir si gusta o no y añadir el término (actor/actriz, película, decorados, efectos, guion…)

En segundo lugar, el abanico temático y de estilos “para todos los gustos e intereses”. Al contrario que sus “hermanos” europeos y asiáticos, el cine americano sabe que depende del gran público para su existencia, que son los ingresos de taquilla y merchan (dising) los que mantienen el sistema, atraen a productores e inversores y posibilitan la existencia de un cine “Indie”. Desde hace ya muchos años, en estos premios se establece un curioso equilibrio/duelo entre el cine mayoritario, taquillero y popular, y el cine minoritario, independiente y de autor, que –a pesar de contar con sus propios premios: los “Spirits”– tiene cabida e importancia en esta gala (Este año, representado por Up in the Air, Precious; otros años por Juno, Mi nombre es Harvey Milk, Pequeña Miss Sunshine…) Y dado el bombo y platillo que se le da a la esta ceremonia… ¿quién no ha visto o conoce alguna de las películas que entran a concurso?

Y por último, pero no por ello menos importante (yo incluso diría que es la causa principal), el glamour, las estrellas, los herederos de lo que, en los años 40 y 50, fue el star system. Hasta a aquellas personas que no les atrae el cine no les desagrada ver las imágenes de “la alfombra roja”: las celebridades y sus parejas, sonrisas profident, trajes, joyas y peinados que marcarán estilo y crearán tendencias. Divinos ellos y divinas ellas, los artistas de la meca del cine, conscientes de su papel de comerciales –comerciales de un producto a vender: ellos y sus películas–, se han preparado para la gran noche (unos se restauran, otros se engalanan) y se exhiben ante el gran público más simpáticos que nunca. No hay micrófono ante el que no paren, comentario ante el que no sonrían, ni cámara ante la que no posen. Saben que serán portada de revista, cabecera de telediario, noticia de prensa… y reclamo para todo de espectadores.


Y, seducidos por los cantos de sirena, un año más nos enchufamos a la gala. Una gala como todas, políticamente correcta, aburrida como las demás, que no depara grandes sorpresas, con muchas caras bonitas en la primera fila, y otras no tanto un poco más atrás, en las que se ensalza lo grande que es América y el “American Way of Life”, y que demuestra que, en este tipo de festejos y eventos… ellos son los reyes, los amos y el espejo en el que mirarse.


Cinematográficamente… este año tampoco ha sido gran cosa, ya que se ha vuelto a respetar los cinco puntos principales de toda entrega de Oscars:

1. El gran duelo: Este año Cameron–Bigelow, Avatar – En tierra hostil, o lo que es lo mismo: el cine espectáculo efectista y palomitero contra el crudo, realista y con conciencia que quiere abrir mentes. Nada sorprendente, pues cada año se vende el morbo del enfrentamiento: Benjamin Button–Slumdog millionaire, Pozos de ambición–No es país para viejos, Salvar al soldado Ryan–Shakespeare enamorado, Titanic–L.A. Confidential… Al final este año ha ganado En tierra hostil, y aunque quieran vender la sorpresa de los premios a la dirección y película, me llama más la atención los galardones a sonido y efectos de sonido… aquí sí, arrebatados a Avatar.

2. Alguien pierde: Si alguien gana… alguien tiene que irse a casa de vacío. Generalmente suele recaer ese honor en una sola película, pero este año se han repartido este puesto Distrito 9 (que aún no sé qué pinta aquí) y Up in the air (que hubiera merecido mejor suerte)

3. Lo de siempre, la sorpresa y el acto de justicia: Oscar de vestuario a una película de época. Precious, además de nominaciones, ha rascado dos premios (actriz de reparto y guion). ¡Por fin un oscar a Jeff Bridges!

4. La cuota extranjera: El premio que menos importa a la Academia ha recaído, contra todo pronóstico (término utilizado por los críticos cuando no aciertan), sobre El secreto de sus ojos. ¿Justo? Se supone que era para La cinta blanca, pero… ¿a quién le importa eso en Hollywood?

5. El dato curioso: Este año protagonizado por Sandra Bullock, en 24 horas recogió el Razzie a la peor actriz protagonista y el Oscar a la mejor actriz protagonista (cada uno por una película diferente)


Y ahora que todos sabemos qué películas han ganado y cómo se han repartido los premios podemos hablar de las películas que han participado.

Próximamente: Las películas de los Oscars que aún puedes ver (en el cine, en dvd, o…)

domingo, 7 de marzo de 2010

EL CINE

Solo en casa. Las “popitas” dan vueltas en el microondas. El homecinema está más que preparado. Teléfono desconectado y móvil apagado. Comienza a llegar el olor de la cocina: las palomitas están listas. El refresco ya espera en la mesa del salón, donde tengo un paquete de pipas a modo de reserva. Apago las luces. Introduzco el disco en el reproductor de dvd. Me acomodo en el sofá: coloco los cojines adecuadamente y pillo “la posición”. Pulso play. Surge un laberinto de menús y opciones donde intento esquivar los trailers, contenidos adicionales y easter eggs. Comienza la película, con la cabecera de la productora ya me regodeo de la gran inversión que supuso el sistema 5.1 del homecinema: ¡qué bien suena todo!

No obstante… no es lo mismo. Y no es culpa de que, en lugar de proyectar la imagen sobre la pared esté usando una pantalla plana de 32 pulgadas sin tdt integrado, ni de que esté simulando una sesión nocturna de cine a las tres de la tarde mientras todos se han ido a dar una vuelta… es que…. No es lo mismo.

Porque, con independencia del precio de las salas, del adolescente porculero o la maruja parlanchina dispuestos a molestar durante la película, que los argumentos e historias de las películas sean cada vez peores… no hay nada como disfrutar de una película en pantalla grande. Lo mismo da si estamos ante una película de autor o taquillera, sesuda o palomitera, independiente o de grandes estudios, simpática o dramática, de terror o infantil, si necesitamos gafas 3D o al director para que nos la explique, si el libro o la primera parte estaba mejor, la necesidad de hacer el remake o la secuela, si la actuación fue para oscar o para matar al protagonista, si viendo los trailers ésta hay que venir a verla y para ésta esperamos a que salga el dvd… Te sientas en tu butaca, te dejas llevar por las imágenes que se proyectan en la pantalla, por el sonido envolvente… y durante un rato abandonas este mundo terrenal de estrés, rutina y crisis mundial, para participar como un personaje más (o espectador de lujo) de una nueva realidad distinta a la tuya. No hay botón de stop, no hay botón de pausa. Sólo una experiencia visual, auditiva, intelectual, imaginativa, cultural... de la que disfrutar.
En el cine, más que facilitarnos el contacto con el séptimo arte... es una fábrica de sueños.