NOTA: En un
(más que vano (intento de)) relanzamiento de este modesto blog, y dado que me
da muchísima pereza escribir sobre películas (de hecho, me estoy (mal) acostumbrando
a las críticas de no más de 200 caracteres via facebook), retomaremos el blog desde
otra perspectiva.
Y allí me
encontraba yo, sábado, cuatro de la tarde, multicines ACEC Almenara de Lorca
(Murcia), sala 5, fila 9, butaca 8, aplaudiendo. Aplausos, no grandes y sonoros
de satisfacción; sino cortos, compulsivos y apenas audibles, fruto de los
nervios.
La situación me
había vencido y, ante la mirada extraña del hombre con quien compartía fila, (sentado
5 o 6 butacas a mi izquierda) comenté a modo de disculpa: “Llevo desde navidades sin entrar en un cine”. Tras un vistazo en
el que, seguro, evaluó mi cordura, se reservó su opinión y volvió a mirar a la
pantalla, donde comenzaban a proyectarse algunos tráiler.
Hora y veinte de
carretera es la distancia que separa el pueblo en el que trabajo del multicines
más cercano. Hora y veinte que, en términos geográficos implican cambiar de
provincia (2 veces: de Granada a Almería y de esta a Murcia) y de Comunidad
Autónoma (de Andalucía a Murcia) Hora y veinte que me lleva a plantearme hasta
qué punto lo mío es, más que afición, adicción al cine.
Porque, lejos del
“¡vamos al cine!”, ha sido necesario un sesudo estudio de los multicines más
cercanos, las películas que proyectaban y las sesiones de estas, en busca de
aquellos horarios que hicieran posible un doblete cinematográficamente
interesante y la posibilidad de emprender el regreso a una hora decente que me
permitiera llegar antes que el sueño y el cansancio me encontraran en mitad de
la carretera.
Pero… comencemos
por el principio
Capítulo I: QUIZÁS POR ELLO…
En realidad, es
muy fácil de explicar: Esa sensación de libertad cuando te lanzas al mar y
notas el agua contra tu rostro a medida que la inercia te lleva adelante; ese
instante en el que, para disfrutar al máximo de un momento especial de
satisfacción personal, cerramos los ojos y (simplemente) nos dejamos llevar por
la felicidad de ese instante… como si fuera eterno…
Más allá de
películas, actores o directores… Es el mero acto de ir al cine, de estar sentado
en la sala. De disfrutar esa experiencia individual y colectiva, que llega a
ser única dependiendo de cómo y con quién se comparta.
Quizás por ello
suelo “ir al cine”, y no “voy a ver una película”. Quizás por ello suelo tener
tan poco criterio a la hora de seleccionar aquello que ver, encadeno en el cine
hasta 3 sesiones, prefiero palomitas frente al arte y ensayo, y realizo en casa
un consumo compulsivo de series.... Quizás por ello ni me considero cinéfilo,
ni me gusta que me llamen así. No creo que llegue nunca a entender de cine: ni
soy lo suficientemente constante y estudioso para ello (no se me apetece
mucho), ni sería capaz de renunciar a un tipo de cine para ello (el palomitero,
esencialmente)
De hecho, quizás
por ello, cuando alguien me toma o me considera "cinéfilo", suelo
sonreír pensando en mis enormes carencias fílmicas, mis escasos conocimientos
de la teoría (y práctica) del cine, y sobre todo en el tipo de cine que me
gusta consumir… y, tras esbozar una leve sonrisa, añado el soniquete de
siempre: "cinéfilo no, cinéfago".
Próximamente: Capítulo 2 -> “CINEFAGIA COMPULSIVA”
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