jueves, 22 de abril de 2010

SIMPLEMENTE CINE

Hace un tiempo me preguntaron por mis primeros recuerdos asociados al mundo del cine. Después de mucho pensar en ello llegué a la conclusión de que, posiblemente, éstos sean las imágenes del Puente Carranza levantado cuando íbamos a Cádiz a ver “Superman” (¿o “Superman 2?), y la de un niño pequeño recién llegado de un planeta lejano levantando la camioneta de sus futuros padres adoptivos como si nada.

Por mucho que pienso e intento abstraerme, no logro poner en pie cuál fue la primera sala que pisé (aún menos la película); sin embargo, no creo que logre olvidar las cinco que habían/sobrevivían en mi ciudad durante mi infancia y, sin las cuales, no sería el humilde aficionado que les escribe.

No recuerdo la primera en la que entré, pero no consigo quitar de mi cabeza a los hombres águila de Flash Gordon, al pasar frente al bloque de pisos construido en lo que era el Cine Moderno; a Atreyu volando a lomos de Mushu, el dragón blanco de La historia interminable, al aparcar en lo que fue en su día el Central Cinema; a Conan el Bárbaro creciendo mientras dada vueltas encadenado a una noria, cuando veo el cartel del pub situado en lo que fue el Cine Victoria; o al zorro, vestido de rojo y algo amanerado, de Esos zorros locos, locos al pasar por lo que ayer era Cine Avenida y hoy un bingo con el mismo nombre.

No recuerdo la primera sala en la que entré, pero no olvido aquella en la que me forjé como cinéfago, aquella en la que crecí como espectador, en la que el cine me atrapó, me hipnotizó, me maravilló, me alimentó de sensaciones, experiencias y mundos que aún llevo impregnados (por no decir tatuados) en mi retina. Un cine de verano en los años 40 que pasó a ser cubierto a finales de los 70, el último de la ciudad a mediados de los 80, de barrio en los 90 (con la llegada de los multicines a la ciudad), y que cerró sus puertas en 2002. El Cine Macario.

No recuerdo la primera sala en la que entré, pero reconozco que, cada vez que paso junto a la discoteca que construyeron sobre ella, noto un gran vacío, una sensación cercana al dolor, y cierro los ojos –con la misma ilusión de un niño que espera al abrirlos encontrarse con el regalo más ansiado y querido– conservando la estúpida (y romántica) esperanza de que todo haya sido un mal sueño y esté ahí, en pie, abierto, como si todo no hubiera acabado en marzo de 2002.

No viví sus años dorados, no conocí su época de esplendor. Pertenezco a la generación del VHS, y por lo tanto compartí una etapa oscura, años de cierre generalizado de salas por el auge del cine doméstico. Mis recuerdos son los de una sala con sabor añejo, castigada por el paso (y peso) de los años: asientos gastados y dañados (algunos por quemaduras de cigarro, otros por desgaste, asomando una gomaespuma amarillenta), alguna que otra mancha de humedad en su techo, la media luz que reinaba entre sesión y sesión, el timbre que anunciaba el inicio de la película; La pequeña escalera que llevaba a la sala de proyección (que dividía en dos un pequeño palco): era una escalera estrecha y angosta en cuyo hueco una pequeña barra hacía las veces de ambigú y en el que –aún no me lo explico, dado el escaso hueco existente– vendían casi de todo; El descansillo en el que pacientemente esperábamos que finalizase la sesión anterior: hall custodiado por dos grandes proyectores antiguos, fotografías de cuando fue cine de verano (que acompañan este post) y carteles con algunas de las películas de mayor éxito adornando los pasillos. Y las cortinas. Unas tapaban las puertas de acceso a la sala impidiendo la entrada de luz del exterior, otras –mucho más grandes– escoltaban la pantalla y, con su abrir y cerrar, marcaban el comienzo y final de cada sesión.

Si hay algo de lo que acuso a las multisalas es la frialdad del recinto, la pérdida de identidad, de personalidad: todas son iguales. Con los grandes cines han desaparecido conceptos como solemnidad, respeto, espectáculo... No había dos iguales, cada uno tenía su magia, su encanto, su historia, su sello… El Macario era nuestro propio Cinema Paradiso, en él estábamos como en el salón de nuestra casa, han sido muchas las horas que allí pasamos, y mucho lo vivido en él por varias generaciones de portuenses. Todos tenemos alguna que otra anécdota que contar.


No hacía falta quedar con nadie, no era necesario hacer de una película un evento social, durante sus años de vida, fue un punto de encuentro informal, un local social donde, aunque fueras solo, siempre podías encontrar una cara amiga con quien sentarte y compartir proyección. Tan sólo se iba a ver una película, o dos, o tres: La programación no se renovaba como ahora semanalmente, y aunque los estrenos llegaban con meses de retraso, se podía disfrutar de dobles o triples sesiones por menos de 300 pesetas (1,80€) Recuerdo Fievel y el nuevo mundo, Quién es esa chica y Cita a ciegas; El corazón del guerrero, Bar coyote y Nadie conoce a nadie, o la proyección seguida de la trilogía original de La guerra de las galaxias.

Los matinales del domingo con El armario del tiempo, El superagente Picapiedra, Amanecer Rojo... Las primeras de la tarde con Regreso al Futuro, Los bicivoladores, Cariño, he encogido a los niños. Conmovieron Ghost y Mi chica; impactó El silencio de los corderos, La mano que mece la cuna, Viven, 12 monos; divirtieron: Torrente, Loca academia de policía, Cocodrilo Dundee, Dos tontos muy tontos; a escondidasaunque mis padres se acabaron enterando– Orquídea Salvaje, Instinto Básico; soporíferas 1492, la conquista del paraíso y El último emperador; por la mañana, con el colegio El oso; en 3D, con gafas bicolor Pesadilla en Elm Street: la pesadilla final; intento infructuoso de ligue con La sombra del diablo; repleto de adolescentes hormonadas Sufre mamón, Cocktail; grandes descubrimientos Bitelchus, Sin perdón, Terminator 2, Scream, Llamaradas, Thelma y Louise; grandes decepciones Regreso al lago azul, El hombre que susurraba a los caballos, House 3, Inocencia Interrumpida; sesiones de miércoles santos Jumanji y Braveheart, Gattacca y Hard Rain; la única película estrenada simultáneamente con el resto de salas de España Jurassic Park; casposas Yo soy esa, Perdona bonita (pero Lucas me quería a mí), Aquí huele a muerto; no aptas para mayores Dinosaurio, Robin Hood, La película de Tigger; la que más veces vi Pretty Woman; las que lamento no haber visto (allí) El último mohicano, La lista de Schindler;….

No recuerdo cuál fue la primera película que vi en una sala, pero conservo imágenes, ideas, pensamientos, sensaciones y anécdotas de cada una de las que recuerdo haber visto allí.


Años de ingesta indiscriminada de cine. Cine. Simplemente cine. Sin mayúsculas, sin pretensiones, sin ningún tipo de criba o selección. Simplemente cine. Se iba al Macario con independencia de lo que pusieran. Simplemente cine. Sin prejuicios, afán crítico ni expectativas, sin reflexiones ni análisis sesudos de técnicas, estilos, efectos y recursos. Simplemente cine. Tan sólo aprender a vivir, gozar y disfrutar aquellas obras, aquel recinto, aquel templo. Simplemente cine.

Excusa para llegar más tarde, salir de casa, disfrutar de intimidad con tu pareja, o para ir de copas después; preludio de cena o epílogo fin de fiesta; cita programada (Ésta la veremos en el Macario), pasatiempo (Es para verla de nuevo… pero en el Macario) plan espontáneo (Mira, ahora hay una sesión) o simple coartada (Nos quedamos a ver la siguiente sesión).

Todo aquello era el Cine Macario. Todo aquello formaba parte de nuestras vidas. Todo aquello era cine. Cine. Simplemente cine.

En unos años como estos en los que las multisalas son las reinas que marcan tendencias en el mercado (sonido thx, dolby surround, tecnología digital, proyección en 3D, retransmisiones de ópera, eventos deportivos…), y las películas nos llegan como puro objeto de consumo con fecha de caducidad, no entiendo cómo las autoridades públicas permiten, no sólo el cierre (y con ello la muerte) de estos antiguos templos de la cultura, sino la construcción de bloques de pisos, aparcamientos o bares, en aquellos lugares en los que se hacía del cine un arte.


Pd: Papá, muchas gracias por las fotos.

2 comentarios:

JAVB dijo...

...un cine con acomodador y linterna...un cine en el que las últimas filas eran respetadas para los que querían meterse mano...un cine en condiciones, como Dios manda, coño.
Muy bien Friki. Con nostalgia y contundencia.

MaríaLG dijo...

Me ha encantado y emocionado, me has hecho revivir muchas cosas que tenía olvidadas en la memoria. Gracias