lunes, 18 de julio de 2011

NICOLAS CAGE

Recuerdo con nostalgia aquellos días de mi infancia en los que acompañaba a mi padre al videoclub. Las películas llegaban con cierto retraso al Puerto, y no era extraño que aparecieran antes en las estanterías del videoclub del primo de mi padre que en las salas de mi ciudad. De hecho, Rambo III llegó a verse antes en mi casa que en la pantalla grande del Macario.
Años en los que los principales géneros cinematográficos no eran la comedia, el drama, terror o thriller, sino Bruslí, Budespenser, Estalone, Espilber (los 80 fueron su década de oro como productor), Chucnorris (por aquel entonces se forjó la leyenda)... Algo así como el "cine-taquillero-de-autor" de la edad de oro del videoclub... que con la llegada de los 90, simplemente desapareció.

Desde entonces no recuerdo a ningún actor/actriz/director que haya vuelto a constituir por sí mismo un (sub)género cinematográfico en sí mismo hasta la caída en los infiernos de Nicolas Cage.

No recuerdo en qué momento de su carrera dejó de ser aquel joven actor de carrera prometedora ("Hechizo de luna", "Arizona Baby", "Corazón Salvaje"... que ganó el Oscar por "Leaving las Vegas"), para convertirse en el alopécico protagonista de "Bangkok Dangerous", "Furia Ciega" y "En tiempo de Brujas".
Si tuviera que arriesgar pensaría en "Con Air", aunque el día que oí a mi padre hablar de él (buen actor de buenas películas) comprendí la triste realidad.
Podríamos entrar a valorar la calidad de sus películas en función del tipo de peluca que luce en ellas, aunque ello implique dejar fuera de la ecuación a productos como "La mandolina del Capitán Corelli"... o hablar de sus bigotes


Pero prefiero pensar y deleitarme en la enorme variedad de géneros cinematográficos en los que ha puesto su cara... o su voz ("G-Force", "AstroBoy"): animación, aventuras, comedia familiar, romántica, thriller policíaco, drama, acción, bélica, erótica, ciencia ficción, medieval, cine de culto, remakes, cine negro... ha sido de los buenos y de los malos, ha cantado, bebido, imitado a Elvis, llorado, disparado, descifrado enigmas, robado coches, pilotado motos... fue bombero, conductor de ambulancia, guardaespaldas, traficante de armas, pareja de Angelina Jolie, Tea Leoni, Eva Mendes (2 veces), Jessica Biel... y a punto estuvo de interpretar a Superman.
Y nadie, nadie, nadie se enfada como él.


Tras probar las mieles del éxito con "La Roca", su cine ha derivado al puro entretenimiento palomitero. Cine simple y accesible, para pasar el tiempo, carente de pretensiones, sin interés por agradar ni de ser complaciente con grandes audiencias ni con una minoría cinéfila... hecho únicamente a medida de un espectador nicolascageadicto. Un cine en el que, curiosamente, lo de menos son la historia, el guión y la acción que se pueda desencadenar, pues la sola presencia del actor sirve para llenar y dar sentido a todo el metraje.

Creía que lo había visto todo de él tras "El aprendiz de Brujo" y anoche me topé con "En tiempo de brujas" y su papel de templario. Espero impaciente su siguiente trabajo.
Qué grande eres, Nicolas.

domingo, 22 de mayo de 2011

3D D 3ª

A lo largo de mi corta pero suculenta vida de comepalomitas he sido testigo de determinados momentos que han ido cambiando la noción y el caminar del cine taquillero. Algunos más importantes, otros más sutiles, y la mayoría efímeros. Los más importantes son Matrix (que no solo revolucionó el cine de acción, también el de artes marciales) y Avatar (que nos elevó a una forma de disfrutar el cine, el "reboot" de las 3D)
Las tresdé es un invento bastante viejuno que tuvo su momento de gloria con el cine de terror de los años 50, y con el que llegó a experimentar el mismísimo Hichtcock, pero que por razones técnicas y economicas quedó relegada al olvido a la espera de tiempos mejores. Han sido muchos los que han coqueteado con ella (esa "Pesadilla Final de Freddy", Robert Rodríguez y sus "Spy Kids 3", "Aventuras de SharkBoy y LavaGirl"...), pero cuando la llegada de lo último de Cameron era inminente (un proyecto del que solo se conocía que revolucionaría las 3D) comenzaron a surgir películas en este formato: "Bewoulf", "Ice Age 3", "Un San Valentín de muerte"... y así la estereoscopía se puso de moda.
En poco tiempo aprendimos la diferencia existente entre la tresdé de "todo a 100" (ruedas la película en 2D y luego se le sube 1D en un proceso más o menos efectivo: "Furia de Titanes", "Alicia en el País de las Maravillas", "Priest, sicario de Dios"), la simple y llana tresdé (las Pixar, "Cuento de Navidad", "Green Hornet", "Piratas del caribe 4"...) y la película ideada, diseñada y realizada de principio a fin para ser vivida en este formato ("Avatar")
He de reconocer que desde un principio pequé de optimista, pues imaginé el infinito abanico de posibilidades que se nos brindaba. No contaba con que la industria de Hollywood tenía otros planes...
El actual auge de la estereoscopía es suficiente reclamo y deja porcentajes de taquilla como para centrarse en su desarrollo y aprovecharlo al máximo... Sin hablar del hecho de que son escasas las salas que proyectan en este sistema, y que (por mucho que nos vendan eso de "rodada en 3D") las películas están pensadas para proyectarse en 2D.
Sí, es el timo cinematográfico del siglo XXI. Pagar un extra por una película y verla en calidad inferior. La fotografía sigue estando enfocada a ver la película en el formato de siempre. Y si no fuera así... ¿por qué se ven tan oscuras, rozando en algunas escenas el blanco y negro? En Alicia, la excusa era que se adaptó a posteriori, pero en el resto...
Pensaba que la gran lacra del cine palomitero era la ausencia de guiones sólidos, pero está visto que hay mucho más, que el sistema de los estudios corrompe todo lo que toca. Y en este caso le ha tocado a las tresdé.
Ayer, a la salida del cine, llegué a la conclusión de que no volvería a pagar el "suplemento de las gafas".

lunes, 7 de febrero de 2011

DISNEY DESCAFEINADO

He de reconocer que había perdido mi fe por completo. De hecho, y a pesar de lo visto y vivido esta misma tarde, aún no las tengo todas conmigo… aunque hay motivos de esperanza.

Al igual que no es oro todo lo que reluce, no es clásico toda la animación que sale de la factoría Disney. Desde mi (humilde, siempre humilde) punto de vista, los clásicos Disney murieron con Mufasa y Scar: El Rey León ha sido el último titán de una larga serie que comenzó con Blancanieves. Tras él se han ido alternando una serie de productos faltos de carisma (Mulán, Tarzán, Fantasía 2000), fallidos (Hércules, El jorobado de Notre Dame, Pocahontas, Bolt…), despropósitos (Atlantis, El planeta del Tesoro, El emperador y sus locuras…) y cosas inclasificables (Chicken Little, Zafarrancho en el rancho, Lilo y Stich…) Películas todas que consiguieron alejarme de las salas de cine y apostar por sufrir la decepción y el posterior berrinche en casa. La llegada de 1995 supuso el fin de un imperio (y su consiguiente estrepitoso declive), con la década del “2”: Aladdin (2 y 3), Pocahontas (2), Cenicienta (2), ¡Hermano Oso 2!, ¡¡¡Tod y Toby 2!!!… con los que intentaron hacerse los reyes del “cine en casa”.

La salida de Jeffrey Katzenberg de Disney y su sociedad con Spielberg en Dreamworks hizo temblar (yo diría incluso que derrumbó) los pilares del otrora imperio del tito Walt, y creó uno de los grandes iconos de la animación del nuevo siglo: Shrek (pero esta es otra historia)

Los más veteranos recordarán que ya Disney ya pasó por una época oscura parecida: la década de los 80, la del relevo, en la que se fraguaron Tod y Toby, Taron y el caldero mágico, Basil ratón superdetective, La tostadora valiente, Oliver y su pandilla… y que acabó de golpe con la aparición de La Sirenita.

Desde la historia (la sabia conjunción drama–comedia), a la enorme importancia de los personajes secundarios; de la perfecta unión música y letra de las canciones, al concepto de banda sonora como melodía celestial; de la capacidad de asombrar a un niño, al secreto de atraer a los adultos a las salas para ver películas de animación... Fueron algunos de los clichés que se destaparon con la historia de la pequeña sirena Ariel, y que se siguieron a pie juntillas con La Bella y la Bestia (primera de dibus nominada a los oscars en la categoría de mejor película), Aladdin y El rey león. Puede que por compensación, 1995 (año de Pocahontas y Goofy e hijo) Pixar apareció en nuestras vidas y en la de Disney: Toy Story, la película que cambió el concepto de “peli de dibujitos” y, con ello, el rumbo de la historia del cine de animación.

Supuestamente, éste iba a ser un especial Disney (si las cadenas de tv celebran fechas como la navidad con pelis suyas, ¿por qué yo no iba a conmemorar el primer aniversario palomitero de la misma forma?), pero la nostalgia de lo visto en la niñez y el bochorno de lo último suyo visto (Tiara y el sapo, donde nada es salvable) me impedía trabajar el tema con la alegría y el optimismo suficiente.

Pero he visto Enredados y, si bien no es el Disney que fue, si bien no está llamado a ser un clásico, apunta en buena dirección (seamos malos, el productor ejecutivo es el mandamás de Pixar, el dire de Toy Story, John Lasseter… y se nota)

En comparación con clásicos princesiles (Bella Durmiente o Cenicienta), se ha perdido la carga dramática y se apuesta claramente por la comedia, una comedia clara, directa y sencilla, encaminada a hacer saltar de la silla a los peques y a dibujar la sonrisa de los adultos. La psicología femenina está a años luz de aquella de “princesa que sueña con ser rescatada”, mostrándonos las mil una dudas de una adolescente; el galán, más que salvador es mera comparsa. Vuelven los secundarios potentes, las malas malísimas, la conjunción de animación y ordenador casi perfecta (nada de personajes en 3d, un claro homenaje a la animación tradicional), la banda sonora es bastante curiosa (aunque haya, para mi gusto, demasiadas canciones) y conmueve sin ser pringosa.

Hay lugar para la esperanza… aunque tráilers como Winnie the Pooh y Gnomeo y Julieta me hagan estremecer.

Próximamente: Especial Disney

domingo, 21 de noviembre de 2010

BSO

De todos es conocido el dicho “una imagen vale más que mil palabras”, y aunque en el mundo del cine no es una verdad universal (se pueden contar con los dedos de una mano las versiones cinematográficas de cuentos, historias y novelas que superan al original literario), no deja de ser significativo que este principio se emplee para justificar el paso al formato audiovisual de algún que otro libro.

En lo que nadie parece caer, en este universo de celuloide, es en que “una nota vale más que mil imágenes”. Porque, si una sola fotografía puede reflejar a la perfección la más extensa y perfecta descripción, una simple melodía tiene la capacidad de traer a nuestra mente, además de la imagen o escena en la que salía, aquellos recuerdos, sensaciones y sentimientos que experimentamos al oírla por primera, segunda o enésima vez.


Si las imágenes se graban en nuestra retina, la música tiene la virtud de impregnar una gran cantidad de zonas de nuestro cerebro, de tal forma que podemos volver a sentir cómo los pelos se nos pusieron de punta viendo el exorcista, con solo oír los primeros acordes del Tubular Bells de Mike Oldfield; notamos que a nuestros oídos llega el eco de la respiración de Darth Vader con la Marcha Imperial de Star Wars; regresamos a la infancia –cuando nos colocábamos de rodillas sobre la butaca del cine (para poder ver mejor la pantalla)– con cualquiera de las canciones de Mary Poppins o El libro de la Selva; se nos forma un pequeño nudo en el estómago pensando en la ilusa y soñadora Audrey Hepburn cada vez que suena Moonriver…


El cine no sería lo mismo sin la música incidental que acompaña, adorna e incluso explica y justifica el comportamiento y sentimientos de los personajes. ¿Serían tan míticas La Conquista del Oeste u Horizontes de Grandeza sin su música de apertura? ¿Sería el mismo el universo de Tim Burton sin Danny Elfman? ¿Nos seguiríamos acordando de títulos como Hatari, Local Hero, El Piano o La Misión, de no estar detrás Henry Mancini, Mark Knoppler, Michael Nyman o Ennio Morricone?



Una de las diferencias más crudas entre la realidad y la ficción cinematográfica es la ausencia de una melodía de fondo que te ayude a asumir y/o a comprender algunos de los momentos o situaciones por las que pasas. Quizá por ello suelo llevar en mi ipod una serie de listas de reproducciones cuidadosamente elaboradas con melodías de todo tipo de cine (géneros, épocas, compositores…) de la que tirar a la hora de afrontar determinados instantes:

- Levantarse de la cama y espabilar (Flying del Peter Pan de James Newton-Howard)

- Camino del trabajo (títulos de inicio de Sky Captain, Robin Hood príncipe de los ladrones, o El Hombre de la Máscara de Hierro, La Gran Evasión…)

- Motivación para enfrentarse a los alumnos (Anvil of Crom de Conan el Bárbaro, The Dream de Desafío Total, títulos de inicio de Horizontes de Grandeza de Jerome Moross…)

- Salida del instituto (The fratelli chase de los Goonies, Zoosters Beakout de Madagascar…)

- Comenzar a corregir, estudiar o escribir: (Bien, empecemos de Mia Sarah, You´re so cool de Amor a quemarropa, títulos de inicio de American Beauty…)

- Relax, estufita y desenchufe (Buon giorno principessa de La Vida es Bella, Love Theme de Blade Runner, It´s a life de El Show de Truman, los temas centrales de Feliz Navidad Mr. Lawrence, La fuerza del cariño, Nana de El laberinto del fauno…)


Anoche, seducido por la propuesta, fui a un concierto sobre Bandas Sonoras, organizado para conmemorar el día de Santa Cecilia. No era el primer concierto al que voy para escuchar y degustar las versiones e interpretaciones de conocidas melodías de cine, con lo que no me sorprendió ver a gente joven llenar las localidades, ni oír sus preferencias y opiniones sobre lo que la banda tocó: desilusión porque no iban a interpretar nada de Piratas del Caribe, curiosidad por oír el tema de Titanic, intriga por saber quién era el violinista invitado para tocar La lista de Schindler… Disfruté de lo lindo cada uno de los nueve temas que tocaron, pero, al finalizar el concierto eché en falta una cosa: clásicos. Dr.Zivago, Ben Hur, Casablanca, Lawrence de Arabia, Ocho y Medio, El Padrino, El Puente sobre el río Kwai, Memorias de África…


Son geniales los homenajes que las bandas de música hacen de las películas y autores más conocidos, pero, teniendo en cuenta que la mayor parte del público no sabría reconocer o diferenciar los temas centrales de Superman y de la Guerra de las Galaxias… no estaría de más aprovechar para desempolvar grandes temas y darlos a conocer a los jóvenes que tímidamente se acercan a este tipo de eventos.



sábado, 16 de octubre de 2010

CÓMICOS

No me considero un mitómano, ni siquiera soy un fanático mínimamente fiel a sus ídolos e iconos cinematográficos. Cuando hablamos de constancia y tesón, no soy un buen ejemplo a seguir, ni siquiera respecto a mis gustos cinematográficos.
Quizás por ello no haya sido capaz, después de ir al cine a ver las dos primeras, de ver (ni por descarga directa) la tercera de Millennium; puede que así se explique el que acuda cada año a ver la última de Woody Allen... a pesar de que es un autor que no me interesa; o que, a pesar de mi lucha contra el sistema cinematográfico patrio acabe sentado en la sala viendo uno de los estrenos nacionales subvencionados.
Quizás por ello no haya encontrado aún actores o actrices a los que seguir de forma acérrima, y cuya filmografía ir renovando (de vhs a dvd y de éste a blu-ray), cuyos posters colgar en la pared en mi adolescencia. Como mucho, la etapa en la que seguí a Spielberg (aquella en la que fue el Rey Midas y hacía las películas que queríamos ver, antes de pretender ser soso y trascendente: Amistad, Inteligencia artificial, La terminal, Munich...) o mi interés, puramente carnal, por Scarlett Johansson.

Y es que, a pesar del interés de la industria americana y del star system por ofertarnos diferentes generaciones de artistas a los que venerar (desde el rat-pack de Sinatra, Martin y Davis Jr con "la cuadrilla de los once" a la panda de George Clooney y Brad Pitt de "oceans eleven"; desde el brat-pack de "el club de los cinco" al de "rebeldes"), siempre me han ido más los actores secundarios, concretamente los españoles de la década de los 60.
Una generación de cómicos formados y forjados en mil y un escenarios, como ya nos contó por escrito y en película Fernán Gómez (El viaje a ninguna parte), y cuya película generacional fue: "Atraco a las tres".
Jose Luis López Vázquez, Cassen, Gracita Morales, Manuel Alexandre, Agustín González, Rafaela Aparicio, Alfredo Landa, a los que se podría sumar Manolo Gómez Bur, Antonio Ozores, Luis Ciges, Florinda Chico, Mary Santpere, Manolo Morán, Pepe Isbert, actores cuyo físico o voz inicialmente les excluía del cine o les relegaba a la comedia, pero cuya profesionalidad y trabajo en una industria con más talento que medios y presupuesto (la de los años 50 y 60) dio una nueva dimensión a nuestra comedia más allá de coplas, sainetes y de la tradición de películas de Cifesa y de Benito Perojo.

Lo mismo daba que secudasen a la folklórica de turno, a Martínez Soria, Concha Velasco, Manolo Escobar o Tony Leblanc; que pudieran encasillarse en un tipo de personajes nunca resultó un problema, pues de siempre fueron auténticos robaescenas, los preferidos del público, las estrellas de la función.
Cómicos. Marcaron la edad de oro en nuestro cine, una etapa llena de historias en las que ver cómo era la España de los sesenta, una sociedad que quería progresar, con una clase trabajadora que intentaba salir adelante; Películas plagadas de personajes cercanos, muy humanos, con los que los espectadores podían indentificarse, en los que se podían reconocer; personajues que viven todo tipo de situaciones -a momentos alegres, a momentos agridulces- y en las que siempre se transmitía un mensaje de ilusión y esperanza.

No hace mucho que, a través de Cine de Barrio, Jose Manuel Parada quiso reivindicarles, y otorgarles el espacio que merecían en el olimpo patrio, dándoles a conocer a unas generaciones que crecimos subestimando su cine, tachándolo de "españolada". Pudimos ver que, con el devenir de los años, en nuestro cine no ha habido espacio para todos más allá de los filmes de Berlanga, que no todos corrieron la misma suerte. A la mayoría los olvidamos injustamente, los relegamos al olvido. Unos se quedaron estancados en comedietas de destape, otros saltaron al teatro o a la televisión, y algunos pudieron reciclarse, realizando papeles más serios y profundos con la llegada de los 80 cambiando completamente de registro(como Alfredo Landa, Fernán Gómez, Rafael Alonso...)

Es triste descubrir cómo nos van abandonando, cómo nuestro cine se va quedando huérfano de aquellas personas que lo hicieron grande, que lo hicieron cercano, que lo hicieron tan humano... y cómo los hemos ido olvidando...

lunes, 4 de octubre de 2010

CRÍTICA A LA CRÍTICA

Hay veces en las que no dejo de preguntarme qué razones han llevado, en este extraño mundillo del cine, a que sean los críticos quienes lleven la voz cantante sobre qué es bueno o no. Supongo que habrán cursado complicados estudios profundos e intensivos sobre autores, historia, técnicas, estilos, movimientos… se habrán tragado horas y horas de películas de todos los países y tendrán el botón del “pause” gastado de tanto parar las proyecciones analizando hasta el último detalle… conscientes de su rol de cicerones del séptimo arte, reflexionarán y prepararán críticas accesibles y asequibles a todo tipo de público.

Supongo. Pero… todo parece indicar que no es así. Abonado desde principios de los 90 a las revistas cinematográficas, hace años que sucumbí ante la idea de que no existe un crítico que escriba y piense como el público que puebla las salas cinematográficas. Ellos juzgan desde sus pedestales y nosotros, simples mortales, no somos para ellos más que simples marionetas que nos movemos al son de los grandes estudios. No es casualidad que taquilla y crítica coincidan en ocasiones tan puntuales.

Puede que el dicho sea verdad, y que no sean más que directores o guionistas frustrados. Puede que lo que persigan es el reconocimiento de una oscura y selecta élite intelectual al intentar hacer de una simple crítica un extraño ejercicio de tecnicismos y neologismos… o puede que despertar la admiración popular al encontrar extrañas, dispares y lejanas referencias cinematográficas en cualquier plano del film que sea.

Críticos… da igual el medio de comunicación en el que se refugien, la sala a la que acudan, el evento a cubrir… todos buscan hacerse notar, todos creen tener derecho a decir, a opinar, a atacar... desde las más prestigiosas revistas de cine al más modesto y alternativo fanzine independiente, desde la más cutre televisión local, al más afamado y popular programa televisivo.
Y si hay un lugar en el que se mueven especialmente cómodos, un sitio que reconocen como suyo, en el que se sienten como pez en el agua… es un festival de cine. Y cuanto más sesudo… mejor. Les pone especialmente eso de ser “enviados especiales en festivales internacionales”, el saltar de sala en sala, de retrospectivas y homenajes a secciones y especiales. Salen de la proyección, sacan el diccionario de la Real Academia del maletín, conectan sus portátiles, se ponen guapos ante la cámara… y comienzan a diseccionar hasta el último detalle de la escandinava de turno, de la revelación del año y de aquellas películas que nunca verán “la luz” en el circuito de cine comercial… y lo que más les gusta juzgar y ajusticiar a la película comercial de turno que acude fuera de concurso, aceptémoslo, a darle un poco de vidilla y publicidad a la fiesta.

Y en éstas, resulta que Robert Rodríguez –uno de los “niños terribles” del cine actual (demasiado friki hasta para Tarantino)– se presenta en Venecia con MACHETE, su última gamberrada al más puro estilo “Grindhouse”.
Se dice que, durante el estreno, los buitres volaban en círculo sobre la sala esperando las críticas de los entendidos.

jueves, 22 de abril de 2010

SIMPLEMENTE CINE

Hace un tiempo me preguntaron por mis primeros recuerdos asociados al mundo del cine. Después de mucho pensar en ello llegué a la conclusión de que, posiblemente, éstos sean las imágenes del Puente Carranza levantado cuando íbamos a Cádiz a ver “Superman” (¿o “Superman 2?), y la de un niño pequeño recién llegado de un planeta lejano levantando la camioneta de sus futuros padres adoptivos como si nada.

Por mucho que pienso e intento abstraerme, no logro poner en pie cuál fue la primera sala que pisé (aún menos la película); sin embargo, no creo que logre olvidar las cinco que habían/sobrevivían en mi ciudad durante mi infancia y, sin las cuales, no sería el humilde aficionado que les escribe.

No recuerdo la primera en la que entré, pero no consigo quitar de mi cabeza a los hombres águila de Flash Gordon, al pasar frente al bloque de pisos construido en lo que era el Cine Moderno; a Atreyu volando a lomos de Mushu, el dragón blanco de La historia interminable, al aparcar en lo que fue en su día el Central Cinema; a Conan el Bárbaro creciendo mientras dada vueltas encadenado a una noria, cuando veo el cartel del pub situado en lo que fue el Cine Victoria; o al zorro, vestido de rojo y algo amanerado, de Esos zorros locos, locos al pasar por lo que ayer era Cine Avenida y hoy un bingo con el mismo nombre.

No recuerdo la primera sala en la que entré, pero no olvido aquella en la que me forjé como cinéfago, aquella en la que crecí como espectador, en la que el cine me atrapó, me hipnotizó, me maravilló, me alimentó de sensaciones, experiencias y mundos que aún llevo impregnados (por no decir tatuados) en mi retina. Un cine de verano en los años 40 que pasó a ser cubierto a finales de los 70, el último de la ciudad a mediados de los 80, de barrio en los 90 (con la llegada de los multicines a la ciudad), y que cerró sus puertas en 2002. El Cine Macario.

No recuerdo la primera sala en la que entré, pero reconozco que, cada vez que paso junto a la discoteca que construyeron sobre ella, noto un gran vacío, una sensación cercana al dolor, y cierro los ojos –con la misma ilusión de un niño que espera al abrirlos encontrarse con el regalo más ansiado y querido– conservando la estúpida (y romántica) esperanza de que todo haya sido un mal sueño y esté ahí, en pie, abierto, como si todo no hubiera acabado en marzo de 2002.

No viví sus años dorados, no conocí su época de esplendor. Pertenezco a la generación del VHS, y por lo tanto compartí una etapa oscura, años de cierre generalizado de salas por el auge del cine doméstico. Mis recuerdos son los de una sala con sabor añejo, castigada por el paso (y peso) de los años: asientos gastados y dañados (algunos por quemaduras de cigarro, otros por desgaste, asomando una gomaespuma amarillenta), alguna que otra mancha de humedad en su techo, la media luz que reinaba entre sesión y sesión, el timbre que anunciaba el inicio de la película; La pequeña escalera que llevaba a la sala de proyección (que dividía en dos un pequeño palco): era una escalera estrecha y angosta en cuyo hueco una pequeña barra hacía las veces de ambigú y en el que –aún no me lo explico, dado el escaso hueco existente– vendían casi de todo; El descansillo en el que pacientemente esperábamos que finalizase la sesión anterior: hall custodiado por dos grandes proyectores antiguos, fotografías de cuando fue cine de verano (que acompañan este post) y carteles con algunas de las películas de mayor éxito adornando los pasillos. Y las cortinas. Unas tapaban las puertas de acceso a la sala impidiendo la entrada de luz del exterior, otras –mucho más grandes– escoltaban la pantalla y, con su abrir y cerrar, marcaban el comienzo y final de cada sesión.

Si hay algo de lo que acuso a las multisalas es la frialdad del recinto, la pérdida de identidad, de personalidad: todas son iguales. Con los grandes cines han desaparecido conceptos como solemnidad, respeto, espectáculo... No había dos iguales, cada uno tenía su magia, su encanto, su historia, su sello… El Macario era nuestro propio Cinema Paradiso, en él estábamos como en el salón de nuestra casa, han sido muchas las horas que allí pasamos, y mucho lo vivido en él por varias generaciones de portuenses. Todos tenemos alguna que otra anécdota que contar.


No hacía falta quedar con nadie, no era necesario hacer de una película un evento social, durante sus años de vida, fue un punto de encuentro informal, un local social donde, aunque fueras solo, siempre podías encontrar una cara amiga con quien sentarte y compartir proyección. Tan sólo se iba a ver una película, o dos, o tres: La programación no se renovaba como ahora semanalmente, y aunque los estrenos llegaban con meses de retraso, se podía disfrutar de dobles o triples sesiones por menos de 300 pesetas (1,80€) Recuerdo Fievel y el nuevo mundo, Quién es esa chica y Cita a ciegas; El corazón del guerrero, Bar coyote y Nadie conoce a nadie, o la proyección seguida de la trilogía original de La guerra de las galaxias.

Los matinales del domingo con El armario del tiempo, El superagente Picapiedra, Amanecer Rojo... Las primeras de la tarde con Regreso al Futuro, Los bicivoladores, Cariño, he encogido a los niños. Conmovieron Ghost y Mi chica; impactó El silencio de los corderos, La mano que mece la cuna, Viven, 12 monos; divirtieron: Torrente, Loca academia de policía, Cocodrilo Dundee, Dos tontos muy tontos; a escondidasaunque mis padres se acabaron enterando– Orquídea Salvaje, Instinto Básico; soporíferas 1492, la conquista del paraíso y El último emperador; por la mañana, con el colegio El oso; en 3D, con gafas bicolor Pesadilla en Elm Street: la pesadilla final; intento infructuoso de ligue con La sombra del diablo; repleto de adolescentes hormonadas Sufre mamón, Cocktail; grandes descubrimientos Bitelchus, Sin perdón, Terminator 2, Scream, Llamaradas, Thelma y Louise; grandes decepciones Regreso al lago azul, El hombre que susurraba a los caballos, House 3, Inocencia Interrumpida; sesiones de miércoles santos Jumanji y Braveheart, Gattacca y Hard Rain; la única película estrenada simultáneamente con el resto de salas de España Jurassic Park; casposas Yo soy esa, Perdona bonita (pero Lucas me quería a mí), Aquí huele a muerto; no aptas para mayores Dinosaurio, Robin Hood, La película de Tigger; la que más veces vi Pretty Woman; las que lamento no haber visto (allí) El último mohicano, La lista de Schindler;….

No recuerdo cuál fue la primera película que vi en una sala, pero conservo imágenes, ideas, pensamientos, sensaciones y anécdotas de cada una de las que recuerdo haber visto allí.


Años de ingesta indiscriminada de cine. Cine. Simplemente cine. Sin mayúsculas, sin pretensiones, sin ningún tipo de criba o selección. Simplemente cine. Se iba al Macario con independencia de lo que pusieran. Simplemente cine. Sin prejuicios, afán crítico ni expectativas, sin reflexiones ni análisis sesudos de técnicas, estilos, efectos y recursos. Simplemente cine. Tan sólo aprender a vivir, gozar y disfrutar aquellas obras, aquel recinto, aquel templo. Simplemente cine.

Excusa para llegar más tarde, salir de casa, disfrutar de intimidad con tu pareja, o para ir de copas después; preludio de cena o epílogo fin de fiesta; cita programada (Ésta la veremos en el Macario), pasatiempo (Es para verla de nuevo… pero en el Macario) plan espontáneo (Mira, ahora hay una sesión) o simple coartada (Nos quedamos a ver la siguiente sesión).

Todo aquello era el Cine Macario. Todo aquello formaba parte de nuestras vidas. Todo aquello era cine. Cine. Simplemente cine.

En unos años como estos en los que las multisalas son las reinas que marcan tendencias en el mercado (sonido thx, dolby surround, tecnología digital, proyección en 3D, retransmisiones de ópera, eventos deportivos…), y las películas nos llegan como puro objeto de consumo con fecha de caducidad, no entiendo cómo las autoridades públicas permiten, no sólo el cierre (y con ello la muerte) de estos antiguos templos de la cultura, sino la construcción de bloques de pisos, aparcamientos o bares, en aquellos lugares en los que se hacía del cine un arte.


Pd: Papá, muchas gracias por las fotos.